11 mayo 2007

Mañana de otoño

Frío en la nariz, manos que se refugian en los bolsillos, un andar encorbado, tratando de maximizar el calor corporal. En las calles, los vidrios empañados por la llovizna matinal, algunos ya derritiéndose por los primeros rayos del sol. Hay flores que parecen indiferentes al frío y se abren como todos los días a contemplar el mundo. Veredas y calles alfombradas por hojas que no volverán a reverdecer, pero que caen con la tranquilidad del ciclo cumplido. Los árboles resignados las dejan partir, porque son ellos los que también comenzarán a dormir. Es una mañana más, pero a la vez única, es el mismo sol, pero sus rayos son únicos. Todo es igual y distinto a la vez; todo permanece, pero no siempre de la misma manera.





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